PRUEBA DE LA EXISTENCIA DE DIOS Y DEL
ALMA, FUNDAMENTOS DE LA METAFÍSICA
No sé
si debo hablar de mis primeras meditaciones; son tan metafísicas y tan poco
vulgares que es seguro no serán del gusto de todos. Y, sin embargo, tal vez
esté obligado a ocuparme de ellas para que podáis apreciar la consistencia de
mis razonamiento.
Observé
que, en lo relativo a las costumbres, se siguen frecuentemente opiniones
inciertas con la misma seguridad que si fueran evidentísimas; y estos fue
precisamente lo que me propuse evitar en mis investigaciones de la verdad.
Quería rechazar lo que me ofreciera la más pequeña duda para ver después si
había encontrado algo indubitable.
Como a
veces los sentidos nos engañan, supuse que ninguna cosa existía del mismo modo
que nuestros sentidos nos lo hacen imaginar. Como los hombres se suelen
equivocar hasta en las sencillas cuestiones de geometría, consideré que yo
también estaba sujeto a error y rechacé por falsas todas las verdades cuyas
demostraciones me enseñaron mis profesores. Y finalmente, como los pensamientos
que tenemos cuando estamos despiertos, podemos también tenerlos cuando soñamos
resolví creer que las verdades aprendidas en los libros y por la experiencia no
eran más seguras que las ilusiones de mis sueños.
Pero en
seguida noté que si yo pensaba que todo era falso, yo, que pensaba, debía ser
alguna cosa, debía tener alguna realidad; y viendo que esta verdad: pienso,
luego existo era tan firme y tan segura que nadie podría quebrantar su
evidencia, la recibí sin escrúpulo alguno como el primer principio de la
filosofía que buscaba.
Examiné
atentamente lo que era yo, y viendo que podía imaginar que carecía de cuerpo y
que no existía nada en que mi ser estuviera, pero que no podía concebir mi no
existencia, porque mi mismo pensamiento de dudar de todo constituía la prueba
más evidente que yo ya existía - comprendí que yo era una substancia, cuya
naturaleza o esencia era a su vez el pensamiento, substancia que no necesita
ningún lugar para ser ni depende de ninguna cosa material; de suerte que este
yo - o lo que es lo mismo, el alma por el cual soy lo que soy, es enteramente
distinto del cuerpo y mas fácil de conocer que el.
Después
de esto reflexioné en las condiciones que deben requerirse en una proporción
para afirmarla como verdaderas y ciertas; acababa de encontrar una así y quería
saber en qué consistía su certeza, y viendo que en él yo pienso, luego existo,
nada hay que me dé la seguridad de que yo digo la verdad, pero en cambio
comprendo con toda claridad que para pensar es preciso existir juzgué que podía
adoptar como regla general que las cosas que concebimos muy clara y
distintamente son todas verdaderas; la única dificultad estriba en
determinar bien qué cosas son las que concebimos clara y distintamente.
Meditando
sobre las dudas que asaltaban mi espíritu, deduje la conclusión de que mi ser
no era perfecto, puesto que el conocer suponer mayor perfección que el dudar.
Quería saber dónde había aprendido a pensar en algo más perfecto que yo y
conocí con toda evidencia que ésta era la obra de una naturaleza o esencia más
perfecta que la mía. En lo relativo al conocimiento de ciertas cosas, como el
cielo, la tierra, la luz, el color y mil más, ninguna dificultad me salía al
paso, porque no observando en ese conocimiento nada que le hiciera superior a
mi, podía creer, si era verdadero, dependía de mi naturaleza, en cuanto este
encerraba alguna perfección; y si no era verdadero, procedía de la nada, que
ninguna base tenía, que estaba en mi espíritu por lo que en mi ser había de
imperfecto. Pero no podía suceder lo mismo con la idea de un ser más perfecto
que el mío, el que esta idea procediese de la nada, de la imperfección de mi
naturaleza, era imposible. Lo más imperfecto y no hay cosa que proceda de la
nada.
La
única solución posible era que aquella idea hubiera sido puesta en mi
pensamiento por una esencia más perfecta que yo y que encerrara en sí todas las
perfecciones de que yo tenia conocimientos.
Si
sabía de alguna perfección que yo poseía, ya no era yo el único ser que existía
(permitidme que use con libertad los términos de filosofía aprendidos en las
escuelas) sino que era preciso suponer otro más perfecto del cual yo dependía y
del cual procedía lo que yo hallaba en mi; porque si hubiera existido solo,
independiente de cualquier otro ser, teniendo en mi todo lo que participaba del
ser perfecto, hubiera tenido también, por la misma razón todo lo demás que yo
sabía me faltaba y hubiera sido infinito, eterno, inmutable, omnipotente -
todas las perfecciones que observaba en Dios.
Siguiendo
el razonamiento que acabo de hacer, para conocer, en lo posible, la naturaleza
de Dios no tenía mas que considerar, en lo relativo alas cosas, si era o no una
perfección. Estaba seguro de que las que argüían una imperfección no se daban
en Él; la duda, la inconstancia, la tristeza y todas las otras cosas, propias
del ser imperfecto, no se encontraban en Él.
Yo
tenía ideas de muchas cosas sensibles y corporales; y aun admitiendo que soñara
o que era falso lo que veía o imaginaba, no cabía negar que las ideas de esas
cosas estaban en mi pensamiento.
Había
comprendido muy claramente que la esencia o naturaleza inteligente es distinta
de la corporal, que toda composición es un defecto. Juzgue que en Dios no podía
ser una perfección el estar compuesto por dos naturalezas: la inteligente y la
corporal, y, por lo tanto, que no era un ser compuesto porque nada hay en el de
imperfecto. Si en el mundo existían cuerpos o naturalezas espirituales que no
fuesen perfectas, dependerían del poder de Dios, de tal modo que no
subsistirían sin el un solo momento.
Quise,
por un instante, indagar otras verdades; y habiéndome propuesto para ello el
objeto de los geómetras que yo concebía como un cuerpo continuo o un espacio
infinitamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en
diferentes partes que podían afectar diversas figuras y tamaños y que podían
ser cambiadas de lugar y posición - los geómetras se ponen todo esto en su
objeto recorrí algunas de sus demostraciones más sencillas y no olvide que esas
certezas que todo el mundo les atribuye no se funda más que en el echo de
concebirlas con absoluta evidencia y ésta es la regla de que antes de hablado;
nada había en ellas que me asegurase la existencia de su objeto: por ejemplo,
yo veía claramente que suponiendo un triángulo, era preciso que sus tres
ángulos fuesen iguales a dos rectas, pero no por eso veía la seguridad de que
en el mundo existía un triángulo.
Volvamos
al examen de la idea que yo tenía de un ser perfecto. Del mismo modo que en
esta idea está comprendida la existencia del ser perfecto lo estaba en la
concepción del triángulo la equivalente de sus tres angulosa dos rectas o en la
de la esfera la igualdad de las distancias de todas sus partes al centro. Tan
cierta es la existencia del Ser perfecto como una demostración geométrica y aun
es más evidente la primera que la segunda.
La
causa de que muchos crean que hay dificultades para crear a Dios, está en que
no saben elevar sus pensamientos más allá de las cosas sensibles, y como están
acostumbrados a no conocer más que lo que pueden imaginarse, les parece que lo
que no es imaginable no es inteligible. Enseñan los filósofos una máxima que es
de perniciosas consecuencias. Nada hay en el entendimiento que no haya
impresionado antes a los sentidos. Las ideas de Dios y del alma nunca han
pasado por los sentidos; y los que quieren utilizar la imaginación para
comprenderlas obtendrán los mismos resultados que si se sirven de los ojos para
oir o para oler por otra parte ni el sentido de la vista, ni el del oído, ni el
del olfato nos asegura por si solos de sus respectivos objetos; ni la imaginación
ni los sentidos nos asegurarían de nada si no estuvieran el entendimiento.
Si hay
hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y del
alma quiero que sepan que las cosas que ellos tienen por más seguras y
evidentes, que hay astros y una tierra y tales o cuales objetos, son menos
ciertas que la existencia de Dios y del alma, cuando se tiene una seguridad
moral completa, parece una extravagancia y una sinrazón la duda con aquella
metafísica certidumbre, más evidente aún, que lo que se funda en la base
movediza de simples impresiones de la sensibilidad. ¿Por qué los pensamientos
que nos asaltan durante el sueño son más falsos que los otros a pesar de ser
tan vivos y tan lógicos como ellos?. Los más grandes sabios del mundo, por mucho
que estudien, no creo que den una razón suficiente para disipar esta duda, a no
ser que presupongan la existencia de Dios.
En
primer término, la regla general que afirma verdad de las cosas que concebimos
muy claras y distantes, se funda en que Dios existe, en que es un ser perfecto
y que todo lo que hay en nosotros procede de Él; de donde se sigue que nuestras
ideas y nociones, puesta que se refiere a cosas reales y procede de Dios en lo
que tiene de clara y distintas. Si con frecuencias nuestras ideas y nociones
son falsas, la causa de su falsedad hay que buscarla en la confusión y
oscuridad que adolecen, porque no somos absolutamente perfectos.
Si no
supiéramos que lo que existe en nosotros de real y verdadero, se deriva de un
ser perfecto e infinito, por caras y distintas que fuesen nuestras ideas,
ninguna razón tendríamos que nos asegurara de que esas ideas poseen la
perfección de ser verdaderas.
Después
de asegurarnos de la verdad de la regla que he establecido, seguridad que
ponemos al conocimiento de Dios y del alma, importa afirmar, que las ilusiones
de los sueños no deben hacernos dudar de la verdad de las ideas que tenemos
despiertos. Puede ocurrir que soñando nos venga ala mente una idea muy clara,
por ejemplo: un geómetra que encuentra una nueva demostración. En este caso, el
sueño del geómetra no impedirá que su idea sea verdadera. El error más
ordinario en los sueños consiste en la representación de diversos objetos, del
mismo modo que hacen los sentidos exteriores; nada importa que esto nos dé
ocasión de desconfiar de las ideas habidas durante el sueño, porque también
podemos equivocarnos estando despiertos; los enfermos de ictericia lo ven todo
amarillo, y los astros y otros cuerpos muy lejanos nos parecen mucho menores de
lo que son.
Lo mismo
despiertos que dormidos nunca debemos persuadirnos más que por a evidencia de
nuestra razón. Observad que digo evidencia de nuestra razón y no de nuestra
imaginación ni de nuestros sentidos. Aunque vemos el sol muy
claramente no por eso afirmamos que sea del tamaño que lo vemos; podemos
imaginar distintamente una cabeza de león en un cuerpo de cabra, y no por eso
hemos de pensar que haya quimeras en el mundo.
La
razón, ya que no nos dicte la verdad o la falsedad de los que así percibimos,
nos dice al menos, que todas nuestras ideas o nociones deban tener algún
fundamento de verdad; porque no es posible un Dios que es la perfección y la
suma verdad, las hubiera puesto en nosotros siendo falsas.
Nuestros
razonamientos no son tan evidentes ni tan seguros durante el sueño o con o
cuando estamos despiertos, a pesar de que frecuentemente la imaginación se
exalta en el sueño mucho más que en la normalidad de la vida perfectamente
consciente. Esto nos dice la razón; y también nos dicta que nuestros
pensamientos no pueden ser siempre verdaderos porque no somos perfectos, y que
lo que tienen de verdad, debe buscarse antes que en el sueño, en la realidad de
la vida.
After receiving a sound education in mathematics,
classics, and law at La Flèche and Poitiers, René Descartes embarked on a brief
career in military service with Prince Maurice in Holland and Bavaria.
Unsatisfied with scholastic philosophy and troubled by skepticism of the sort
expounded by Montaigne, Descartes soon conceived a comprehensive plan for
applying mathematical methods in order to achieve perfect certainty in human
knowledge. During a twenty-year period of secluded life in Holland, he produced
the body of work that secured his philosophical reputation. Descartes moved to
Sweden in 1649, but did not survive his first winter there.
Although he wrote extensively, Descartes chose not to
publish his earliest efforts at expressing the universal method and deriving
its consequences. The Regulae ad directionem ingenii (Rules
for the Direction of the Mind) (1628) contain his first full statement
of the principles underlying the method and his confidence in the success of
their application. In Le Monde (The World) (1634),
Descartes clearly espoused a Copernican astronomy, but he withheld the book
from the public upon learning of Galileo's condemnation.
Descartes finally presented (in French) his rationalist
vision of the progress of human knowledge in the Discours de la méthode pour bien conduire sa Raison et
chercher la Vérité dans les Sciences (Discourse
on Method) (1637). In this expository essay, Descartes assessed the
deficient outcomes of a traditional education, proposed a set of rules with
which to make a new start, and described the original experience upon which his
hope for unifying human knowledge was based. The final sections of the Discourse
and the essays (on dipotric, meteors, and geometry) appended to it illustrate
the consequences of employing this method.
A few years later, Descartes offered (in Latin) a more
formal exposition of his central tenets in Meditationes
de Prima Philosophia (Meditations on First Philosophy)
(1641). After an expanded statement of the method of doubt, he argued that even
the most dire skepticism is overcome by the certainty of one's own existence as
a thinking thing. From this beginning, he believed it possible to use our clear
and distinct ideas to demonstrate the existence of god, to establish the
reliability of our reason generally despite the possibility of error, to deduce
the essence of body, and to prove that material things do exist. On these
grounds, Descartes defended a strict dualism, according to which the mind and
body are wholly distinct, even though it seems evident that they interact. The
Meditations were published together with an extensive set of objections (by
Hobbes, Gassendi, Arnauld, and others) and Descartes's replies. Descartes later
attempted a more systematic exposition of his views in the Principia
Philosophiae (Principles of Philosophy) (1644) and an explanation of human
emotion in Les Passions de L'Ame (The Passions of the Soul).
Standard English print editions:
The Philosophical Works of Descartes, ed. by E. S.
Haldane and G. T. R. Ross. (Cambridge: The University Press, 1968)
Descartes: Philosophical Letters, ed. by Anthony
Kenny. (Oxford: Clarendon Press, 1970)
Tasters of the Word (YouTube), videos recientes: "Astronomía y Nacimiento de Jesucristo: Once de Septiembre Año Tres A.C.", "Estudio sobre Sanidades" (en 20 episodios), "Jesus Christ, Son or God?" and "We've the Power to Heal":http://www.youtube.com/1fertra