‘Somos ribereños... no traemos armas’; a Carlos le disparó un militar

Un soldado disparó en una manifestación de pescadores en El Conchal y le dio en la cabeza a Carlos, un joven que acudía al llamado de sus compañeros que les confiscaron una panga y sus artes de pesca. El Ejército cerró el expediente en 2007, después de hacer firmar con engaños a su padre. No saben qué pasó con el presunto responsable

Lo que recuerda Andrés es estar ahí enfrente trabajando, acabando de salir de la boca que da a alta mar en Las Aguamitas, una playa que se ubica en la franja costera del municipio de Navolato, en el centro de Sinaloa.

Era el 2 de septiembre de 1999 y estaban como a unas ocho brazadas, cuando llegó un primo de ellos.

“Unos soldados acaban de secuestrar una lancha de aquí de Las Aguamitas”, les dijo.

Ellos, aunque sí querían ir a darle apoyo, pensaron en que aún había trabajo que realizar, como sus padres y abuelos, en la buceada, para la captura de callo de hacha, de caracol y de ostiones.

“Pues nosotros ahorita estamos trabajando todavía”, le dijo Andrés.

Ese día, según recuerda, estaba lloviznando, estaba feo el clima.

“Entonces clarito me acuerdo, que cuando dijimos nosotros que no, pero él (Carlos) dijo ‘vamos, vamos a ayudarle a nuestro compañero’, ‘si nosotros fuéramos ellos iban a rescatarnos también’, entonces por él fuimos”, recuerda Andrés.

Los primos se fueron en lanchas diferentes, recorrieron unos 60 kilómetros por el Mar de Cortés en el Pacífico mexicano hasta llegar a la barra de El Conchal.

Ahí había varias pangas detenidas, o paradas, porque había marejadas que no los dejaba pasar.

Por idea de Carlos, el grupo rodeo las pangas y se fueron hasta el frente, y otro primo los siguió. Había ahí más de 100 pangas.

“Mi hermano les decía que nos dieran a los compañeros de trabajo, que no andábamos haciendo nada malo, que éramos ribereños, pero para eso ya miramos a varios soldados que se metieron con el agua en el pecho, con el fusil de ellos apuntándonos”, explica Andrés.

“No nada más a nosotros, había otras lanchas también; a donde se movía uno, movían el fusil ellos”.

Los militares se metieron hasta que el agua le dio hasta en el pecho. No eran marinos, eran militares. Los pescadores se preguntaban qué negocio tenían ellos en el mar.

“Cuando él dijo vamos para allá, a sacar la vuelta... dimos la vuelta a la lancha y dijo ‘hey, dale para atrás’, ‘ahora sí, vamos a quitarles la lancha’, pero o sea, él ya, él decía que debíamos de quitarle los equipos, y recuperar a la gente, los amigos, los compañeros”, narra.

“Cuando dimos la vuelta, él se agachó para agarrar el mecate nomás así, para detenerse, porque al dar la vuelta se jaloneó y se puso de frente, para el lado del piloto de la lancha de nosotros, pero el soldado lo tenía como a unos 30 metros, cuando miré que hizo así, él dijo ‘no nos hagan nada’, dijo, ‘somos ribereños, no estamos haciendo ninguna cosa mala, nosotros no traemos armas’, cuando hizo así, el soldado le disparó y le pegó aquí en la cara, entonces el impacto lo aventó lejos, yo estaba así como de aquí a donde está usted, cuando yo brinqué y lo agarré de la mano, pero se me soltó, lo agarré de las botas, de las botas de hule del trabajo y yo gritaba que alguien me ayudara, y nadie me ayudó para sacarlo (del mar), no sé de dónde saqué tantas fuerzas pues, pero yo lo saqué”.

Con el cuerpo de Carlos, herido de muerte por el balazo en la cabeza, los familiares arrancaron la panga e intentaron regresar a casa. A unos kilómetros de ahí, en Las Arenitas, los alcanzó una lancha más rápida y cambiaron el cuerpo de Carlos para llevarlo a la orilla en donde ya lo esperaba un vehículo.

“Cuando llegamos a la barra, estaba el carro ya esperándolo, ahí, y entonces él me dijo, ‘hermano, ¿en qué carro me van a llevar?’, con la cabecita así, ‘levántame la cabeza’, y le levanté la cabecita, y ya cuando miré, que era el carro, ‘ya suéltame la cabeza’, entonces lo bajó un primo mío en el hombro, con la cabeza en el cuerpo casi colgando, él dijo que lo dejara, él por su propia voluntad se subió al carro, y entonces ¿qué pasó?, se subió al carro él, él sacó su dinero, una bolsita de su cartera y le dio dinero al chofer, y se la volvió a echar, él consciente en todo, consciente en todo”, detalla.

Andrés dejó que se llevaran a su hermano al hospital, mientras él regresó a Las Aguamitas, recuerda que el percance ocurrió entre 10 y 11 de la mañana, pero llegó a casa hasta las 16:00 horas, porque en todo el camino, se tenía que detener a informarle al resto de sus compañeros que se topaba en el camino lo que le había pasado a Carlos.

Carlos murió el 9 de septiembre de 1999.


¿Quién era Carlos?

Carlos Plata Ramírez nació en medio de una familia de pescadores en Las Aguamitas. Todavía en su casa mantienen el gigantesco tabachín que da sombra a la mayor parte del frente y el patio abierto a un brazo de uno de los esteros que dibujan a este pueblo pesquero, en donde tiene estacionadas sus pangas y sus artes de pesca.

En 1999 era el más chico de tres hermanos, luego su familia creció con otros dos varones y una mujer.

“Estaba de novio, quería casarse. Estaba muy enamorado de su novia. Él ya anteriormente había tenido una novia, pero ella había fallecido, pero ya estaba de novio en ese tiempo él, tenía planes de casarse”, narra Rosario Ramírez Inzunza, su madre.

Él tenía la aspiración de seguir ayudando a sus hermanos, de seguir de pescador, porque económicamente su familia aún dependía de él.

Su pérdida, recalca Rosario, es algo de lo que duda que se puedan recuperar como familia.

“Haz de cuenta que fue ayer, emocionalmente nosotros no creo que nos recuperemos, porque un hijo nunca se olvida, jamás, y peor en la forma en que él murió”, dice. “Para todos, para todos aquí en la casa.

A principios de septiembre de 1999, Rosario se encontraba en un abarrote cuando supo la noticia de la tragedia, una de sus nueras le avisó a gritos mientras corría a alcanzarla.

Después de conseguir en qué ir, porque no tenían vehículo, Rosario vio que había muchos pescadores en el lugar.

Después de lograr meterse al hospital, Rosario dice que una doctora le dijo que no había nada por hacer.

“Mi hijo estaba ahí, ya estaba ahí, pues, como vegetal ya; y pues de ahí, ahí nos quedamos, ahí nos quedamos todos los nueve días que mijo... no nos separamos ni mi esposo ni mis hijos, de ahí con él”, detalla.

Cuando ocurrió el asesinato de Carlos, el Gobernador era Juan Millán Lizárraga, y cuando la noticia llegó hasta el Gobierno del Estado les mandó avisar que se quedaran en el hospital, porque él iba a llegar.

“Y sí llegó, pero fue plan con maña, lo hizo para que pararan a la gente, porque hubo manifestaciones, pues, dicen que fueron y quemaron una lancha (al Palacio de Gobierno), y se hizo para que no hubiera más (protestas)... como dicen los plebes ‘los querían parar’, dijo que se iba a arreglar y que iba a indemnizar a la familia, fuimos y muchas vueltas y como dijo mi esposo, no tenemos para qué, con esto no nos van a devolver a mi hijo”, lamenta.

“De todos modos como dije yo, como lo hicieron, dijo vamos a indemnizar a la familia, nunca nos dieron nada, al contrario, íbamos a tocar puertas y nunca nos dio entrada el Millán. Nunca nos dio entrada, nunca lo hallamos”.


Les dijeron que fue en defensa propia

Las primeras respuestas del Ejército mexicano es que la agresión que sufrió Carlos, mientras se encontraba en la manifestación, fue en defensa propia.

“Como le dije yo al General Galindo, oiga, le digo yo, pues cómo en defensa propia, si el pescador lo que más trae es un cuchillo y a la distancia lo mató, porque dicen que estaba retirado cuando lo mató”, señala.

Rosario dice que en la cooperativa había un licenciado que se iba a mover para ayudar en el tema y los llevó con Óscar Loza Ochoa, un defensor de derechos humanos y luego los canalizaron con el abogado Jaime Soto Cinco, quien también ayudaba en estos temas.

“Nos ayudó y nos dijo que fuéramos a ver qué arreglaban, pues, porque dijo que según sí... ahí en Gobierno dijeron que si de allá (el Ejército) era el culpable, lo iba a pagar allá, y que si de acá (civil) pues acá, pero acá nunca nos abrieron las puertas, cuando íbamos yo y mi esposo nunca estaban, nunca nos pudieron atender, porque Cinco Soto nos mandó para allá, Francisco Frías Castro él nos ayudo, él nos orientó más o menos a dónde teníamos que ir y pues el licenciado se nos desapareció, a los 20 años lo vi, entonces le dije ‘hasta que lo vuelvo a ver’; ‘no, doña Rosario’, me dijo, ‘yo no pude seguir el caso’. Eso fue todo lo que le dije”.

Asegura que el abogado no le quiso explicar, que sólo “no había podido”.


- A ustedes, ¿no hubo nadie que les dijera cómo se movió el caso?

No, nadie.

Hasta el tiempo, después del 2006, que a mi esposo le mandaron llamar, que si yo hubiera estado aquí, yo no lo habría cerrado.


Rosario señaló que estaba para Tijuana, Baja California, y su esposo aseguró que le hablaron del Ejército mexicano, que tenía un citatorio, que fuera y cuando llegó le dijeron que el caso estaba abierto y querían cerrarlo.

“Nosotros no teníamos nada, porque no habíamos podido sacar el acta de defunción, pues, y que le dijo, ‘pues vaya y sáquela y la trae para cerrarla’, recuerda.

“Y le dije yo, ¿por qué hiciste eso? Pues me dijo la muchacha que porque estaba abierto, que me ocupaban a mí para que firmara nomás”.


- ¿O sea que ustedes pasaron desde finales de 1999 hasta 2006 sin tener un acta de defunción de su hijo?

No, nada.


- ¿Tampoco nadie que les dijera nada?

No, no, nadie, nadie, no nos dijeron nada.


- ¿Y la investigación?

Nada, nada, hasta que le hablaron a él para cerrar el caso.


En el periódico, recuerda, que se publicó que habían hecho antidoping a los soldados y dieron positivo a la mariguana y a la cocaína y que por ello iban a indemnizar a la familia.


- ¿Nadie de la Sedena vino aquí a Las Aguamitas? ¿A su casa?

No, no.


“Vinieron unas personas cuando mi hijo tenía un año muerto, vinieron unas personas a buscarlo, que eran gobierno, pero nomás así, y nosotros hasta nos espantamos, se identificaron como gobierno, que venían a procurarlo, le dijeron a mi esposo, ¿cómo venían a procurar a mi hijo?, mi hijo está muerto, entonces dice, enséñeme el acta de defunción..., no, les dijo mi esposo, no hemos podido sacar actas de defunción, ¿cómo se la voy a enseñar?, pero ¿sabe qué si le puedo enseñar?, los periódicos, porque aquí los tenemos, y se los sacó mi esposo los periódicos, y entonces ya se fueron”.


- ¿No les dijeron nada más?

Nada más se fueron.


Rosario dice que por un momento tuvieron miedo.

“Nada más dijeron que eran gobierno, y uno ¿así cómo, pues?, para eso estábamos espantados, como dice mi esposo a lo mejor vienen y nos atrasan a otra criatura, a lo mejor atrasan a otro plebe, pero venían a buscarlo a él”, dice.

Otro detalle que le recalcaron los testigos es que en el ataque estaban varios, pero que sólo uno disparó.

“Dice mi hijo que cuando él lo mató, que Carlos cayó, que le taparon la cara con una camiseta al soldado, le taparon la cara con una camiseta, los mismos ellos, porque dicen que se tiraron al agua para que no los alcancen, pues, y dice que le taparon la cara al soldado”, señala.


- Y usted, ¿se quedó conforme con que hayan cerrado el caso?

Pues no, si yo hubiera estado no lo cierro, si hubiera estado no cierro el caso, pero es que mi esposo pobrecito, es fácil de... no sé qué le diría la muchacha, dice que nomás le dijo...

Yo no sé cómo cerraron el caso, pero a mí me dijeron que ya después de 10 años yo quise reabrir y me dijeron que no se podía, cuando él tenía como unos... porque me entró la carcoma, porque me empezaron a decir, y así, tenia él como unos 15 años, como unos 14 años (de fallecido), me dijeron que ya no se podía después de los 10 años.


- ¿Nada más lo único que supo es que el presunto responsable estaba en la cárcel?

Nada más, sin ningún papel, ni nada.


- ¿Ni cuánto tiempo iba a estar ahí?

No, nada, lo único que las leyes militares lo estaban castigando, fue lo único que dijo el General.


- ¿Y usted no lo quiso ver?

No, ¿para qué oiga?, yo no quiero saber qué cara tiene ese señor.

Carlos... también se llama Carlos, como mijo

Carlos Martínez Reyes. Ese es el soldado.


- Si pudiera decirle algo a las autoridades, ¿qué les diría?

Que yo no estoy conforme con eso.

Porque, no sé si en realidad estuvo en la cárcel, no tenemos un papel de nada, como dije.

No fuimos a cerciorar a ver si estaba, económicamente tampoco no podíamos hacer esas vueltas nosotros, porque para hacer esa vueltas necesitábamos dinero, y económicamente no teníamos.


El caso de Carlos, aunque no está dentro de la etapa llamada guerra contra el narco, que emprendió el Presidente Felipe Calderón Hinojosa en el país, demuestra cómo los elementos del Ejército y las fuerzas federales han contado con privilegios e incluso hay dudas de si fueron o no castigados a la hora de asesinar a civiles desarmados e indefensos.

Una investigación de Animal Político, propulsada por Data Cívica y otros medios de comunicación en el país, arrojó que existen mil 524 casos de desapariciones forzadas, asesinatos y ejecuciones extrajudiciales perpetradas por las fuerzas armadas, fuerzas federales y estatales, lo que equivale a una víctima por cada seis días, a lo largo de 16 años en México.

En Sinaloa el número de víctimas es de 34, y han ocurrido en lapsos en que también han gobernado el Partido Revolucionario Institucional, el Partido Acción Nacional junto al Partido de la Revolución Democrática, Partido del Trabajo y el desaparecido Convergencia, luego nuevamente el PRI y ahora el partido Movimiento Regeneración Nacional.

Periodismo ético, profesional y útil para ti.

Suscríbete y ayudanos a seguir
formando ciudadanos.


Suscríbete
Regístrate para leer nuestro artículo
Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


¡Regístrate gratis!